Preguntas sin respuesta

Son esos los mares sin surcar,
los que esconden los mejores tesoros.
Son aquellos interrogantes eternos,
los que nos mantienen atentos.

Conjugo a menudo el verbo dudar,
y me jacto de mi ignorancia supina.
Porque resulta divertido y estimulante,
situarse frente a la inmensidad del desconocimiento.

Por ejemplo,
¿por qué nos escondemos y amparamos en dioses que nosotros mismos nos inventamos?
¿Será la estupidez humana la causante del fin de los días?
¿Desde cuándo existen las estrellas?
Una universal, ¿qué pasa más allá de la muerte?
¿Tiene la poesía y la escritura algún poder sanador?
¿Dónde acaban los deseos no cumplidos?
¿Existe el amor infinito?
¿Por qué no se puede pensar en nada?
Si las utopías son inalcanzables, ¿es su no-ser su razón de ser?
¿Tienen límites la necedad y la maldad?

Jugar a las preguntas sin respuestas,
así paso estos días de encierro voluntario,
ahondando en los misterios más repentinos,
para volver a un mismo punto de partida.

Pero no dejemos de reflexionar en esas cuestiones,
practiquemos el interrogante y la cábala,
ejercitemos el músculo del pensamiento más o menos profundo,
y abracemos las limitaciones de nuestro conocimiento.

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