Oda al recuerdo

 

 

 

 

 

Muy a menudo recuerdo,
mucho menos de lo que me gustaría,
pero mucho más de lo que a veces querría.

Recuerdo las manos de mi madre vistiéndome en la playa,
después de una tarde de juegos coloreada con un bello sol vespertino.
Recuerdo esos veranos familiares rodeado de cariño y consentimiento,
y ahora tomo consciencia de mi indudable fortuna.

Recuerdo proteger a mi hermano de pequeño,
y con los años enfrentarme a su descaro.
Recuerdo una adolescencia sana y llena de normalidad,
quizás hasta demasiada, para un romántico como yo.

Recuerdo mis primeras preocupaciones,
y la sensación de ahogarme en ellas.
Recuerdo algunas de esas absurdas angustias,
que ahora observo con trivialidad desde la distancia.

Recuerdo el primer no-amor…,
con la demoledora mirada del tiempo.
Recuerdo desear verla sin mesura,
y al rato querer morirme.

Luego recuerdo años de lento aprendizaje,
la constatación de la vida que me construía.
Recuerdo inseguridad e incertidumbre,
probablemente la base de todo buen crecimiento.

Recuerdo sensaciones dispares y desconcertantes,
recuerdo a mis padres gritándome que bajara la música,
recuerdo las homilías de los domingos de aquel atípico cura,
recuerdo los sándwiches de Nocilla compartidos,
recuerdo mis pecas y mis primeros cumplidos,
recuerdo mis cintas de casete,
recuerdo mis particulares principios púberes,
recuerdo mis primeros encontronazos con el mundo.
Recuerdo agarrarme al recuerdo entonces,
como ya no hago ahora.

Dignifiquemos el subestimado recuerdo,
sujetémoslo bien a nuestro presente,
pues tarde o temprano nos recordará quiénes fuimos.

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